Ens permetem reproduir l'artícle de Gabriel Mª Otalora, publicat ECLESALIA (14/02/13), interessant pel seu contingut i la seva oportunitat.
En
una Iglesia como la católica que huye de las improvisaciones y de saltarse la
tradición de las normas (la otra Tradición, como ahora expondré, es otra cosa),
vaya si es noticia la dimisión de un Papa. En realidad lo es la de cualquier
dignatario, y desgraciadamente el papa es, junto a otras muchas dignidades,
Jefe de Estado.
¿No
es vitalicio el encargo de ser el sucesor de Pedro? ¿El Papa no acaba su
pontificado cuando se muere? Pues ciertamente que no, y lo que acaba de
anunciar Benedicto XVI tampoco es nuevo. Ya se supo que Juan Pablo II se
planteó dimitir como Papa pocos años antes de morir, pero al final decidió
continuar en el cargo, sin duda presionado por la curia aunque luego él lo
convirtiese en una ofrenda de amor. Pero no es menos cristiano el
gesto de Benedicto XVI que la opción que eligió Juan Pablo II.
Entre otras cosas porque existe una base legal que posibilita renunciar al
Papa, actualizada precisamente por el propio Juan Pablo II en el Código de Derecho Canónico (1983), y dice así: Si el Romano
Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia
sea libre y se manifieste formalmente, sin que sea aceptada por nadie.
Pues bien, para frustración de todos cuantos se habían
centrado en esto como algo esencial, el cargo del Papa no es “ad vitam” (de por
vida, pase lo que pase), sino “ad vitalitem”, es decir, mientras dure la
vitalidad, la vida activa, como ocurre en cualquier otro orden de la vida. En
esto, sin duda que el todavía Papa ha sido original y valiente.
La pena de todo esto es que el gran debate va a
circunscribirse a la quiebra en la costumbre del papado como puesto vitalicio,
y a especular sobre otras razones que le habrían llevado a Benedicto XVI a
tomar esta novedosa decisión que rompe una cultura de cientos de años. Mayor es
el hombre, y enfermo está; de hecho, ha comunicado su decisión “por falta de
fuerzas”, precisamente en el Día Mundial del Enfermo, dando a entender que la
enfermedad, como me comenta un buen cristiano, no es sólo participar del dolor
de Cristo sino también mantener una lucidez que nos hace, desde la debilidad en
humildad, pasar el testigo en cargos de responsabilidad a quien lo puede hacer
mejor que yo. En su carta de renuncia lo reconoce: “Para anunciar el Evangelio,
es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en
los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi
incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”. Pero junto
a estas razones objetivas, los vientos insalubres que corren por los pasillos
del Vaticano, han tenido mucho que ver con esa laminación del vigor del Papa,
para quien esta renuncia también es una forma de propiciar que corran nuevos
aires más acordes con lo que debería representar el Vaticano.
Lo mejor de esta renuncia, a mi entender, es que nos desvela
-quita el velo- a una mal entendida tradición en la Iglesia, centrada en
costumbres y atavismos formales que han llegado a tener una importancia
absolutamente desproporcionada e incluso contraria al espíritu y a las
prácticas auspiciadas por el Maestro. La Tradición de los Padres de la Iglesia
es otra cosa, que arranca en los hechos (las mejores prácticas) de los
apóstoles a partir de todo cuanto habían recibido desde Pentecostés, sobre todo
entre los siglos III y VII. Nada que ver con la tradición
eclesiástica, centrada en la transmisión de usos, devociones, etc.,
surgida después de la era apostólica. Y mucho menos aun con las normas
organizativas en la administración de la Iglesia y del propio Estado de la
Cuidad del Vaticano, que en la actualidad sigue siendo un centro de poder que
distorsiona, y de qué manera, el mensaje cristiano. En este sentido, la
dimisión del Papa es una buena noticia como no lo será, sin duda, para buena parte
de la curia romana y sus círculos de influencia.
Que una cosa es la comunidad del pueblo de Dios
(Iglesia), y otra, la iglesia institución, perfectamente adaptable a los
tiempos, aunque las diferentes curias romanas, y las últimas de manera
lamentable, han hecho lo imposible junto a otros estamentos interesados para
que ambas realidades se solapen y traten de blindarse algunas actuaciones nada
cristianas (lo de las fianzas del Vaticano da para un libro). Es más, la curia
vaticana actual será uno de los problemas más graves con los que tendrá que
lidiar el nuevo Papa, quien deberá limpiar “la casa de mi Padre” de tantos
mercaderes del Templo. Otros lo intentaron ya, pero sin éxito.
No podemos mantener por más tiempo la
incongruencia de que el Papa lo es “todo” y nada se mueve sin su
consentimiento, pero cuando está imposibilitado o enfermo, la Iglesia funciona
“divinamente” sin necesidad de la asistencia de su pontífice (en el sentido de
ser el primero o el más importante).
Para algunos, este gesto papal nos abre la puerta
a un futuro que augura más de lo mismo; para otros, entre los que yo me
encuentro, es una buena noticia tanto social como eclesialmente que pone el
contrapunto a la decisión de su antecesor como algo indubitablemente correcto.
Una noticia esperanzadora por lo que quiebra costumbres rígidas pero no
sustanciales y porque abre la puerta a una posible nueva era en la Iglesia.
Benedicto XVI es un Papa culto y conocedor del daño que está haciendo el pecado
estructural de este sistema materialista basado en dar rienda suelta a la
codicia, pero nos ha salido demasiado conservador y formalista, lleno de boato
e incapaz de hacerse oír en la denuncia profética.
A ver si la decisión del Papa nos refresca que la
fe madura no se sustenta en el Papa, sino en Jesucristo y su ejemplo.
Afirmaciones como “sentirse huérfano” en boca de Rouco Varela, dimensionan
equivocadamente el papel del Papa y muestra el peligro que tienen algunos
jerarcas cuando dan mayor importancia a la institución eclesial que al mensaje
de Cristo. No dejó de ser así con el nacional-catolicismo, y no parece que
algunos hayan evolucionado hacia coordenadas más evangélicas. El único
imprescindible es Dios. Larga vida para Joseph Ratzinger
GABRIEL
Mª OTALORA, gabriel.otalora@euskalnet.net
BILBAO
(VIZCAYA).
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada